
Mi madre ha hecho siempre unas crêpes diferentes, buenísimas, extraordinarias.
Como ella.
Como todas las madres.
Pero es que cuando hay mano, hay mano.
Para empezar, decir que no son exactamente crêpes, sino un híbrido entre éstas y las filloas de leche (frijuelos o fresuelos).
Aunque todo el mundo que las ha probado, y son muchos, siempre las ha sabido apreciar en su medida, yo no llegué a hacerlo del todo hasta el día en que probé su versión menos dulce: los canelones de frijuelos.
Se hacen igual que los tradicionales quizás con un poco menos de queso. Gratinados. Poca sal. La farsa (relleno) no demasiado molida pero compacta. La bechamel suave. Sin tomate. Genial.
Desde aquel día empecé a valorar realmente ésta sencilla y maravillosa receta que heredo, dicho sea de paso, con cierta habilidad y bastante suerte.
La receta:
Todos los cocineros y muchos aficionados a la cocina, e incluso algunos neófitos, saben hacer una crêpe. De todas formas, internet es un gran libro de cocina, entre otras cosas.
El relleno es sencillo: sofrito de cebolla, puerro y zanahoria bien picaditos. Poco aceite. Mezclar con un poco de marisco, por ejemplo carne de langosta, langostinos o centollo (eso es al gusto del consumidor). Añadir unas setas limpias y troceadas. Deben perder el agua.
Cocinar hasta que huela bien. Salpimentar.
Rellenar colocando un montoncito en el centro de cada crêpe. Proceder a envolver como un ravioli y voltear como en la foto.
La salsa es una Velouté, o sea, un caldo (que en éste caso es de pescado o marisco) espesado con un roux de harina tostada con aceite o mantequilla.
Si puede ser, gratinar un poco.
Fácil.